lunes, 21 de diciembre de 2009

Séptima estrella...

Siete años atrás
Cuaderno de notas (Salida de la ciudad)

Aún días después de nuestro encuentro fatídico con aquella criatura de pesadilla; y aún ahora en la relativa seguridad de nuestro refugio temporal en las montañas, no logro creerme del todo la forma en la que fuimos salvados Espadas y yo por este grupo de extraños (para mí cuando menos) en ese momento.
Recuerdo haber virado como me lo había indicado Espadas y habernos encontrado con la terrible bestia, la cual emitió un chillido penetrante y devastador.
Saltamos instintivamente fuera del vehículo al momento que éste quedaba convertido en una bola de fuego que se proyectó justo hacia el camino por el que habíamos llegado.
Nos pusimos en pie y cada quién corrió hacia lados opuestos dividiendo la atención del dragón, escondiéndonos tras las esquinas de algunos callejones.
Espadas, desesperado, me gritó algo que no logré comprender debido al barullo del monstruo que se acercaba lentamente a donde nos escondíamos. Creí por un momento entender que me pedía que me agachara. Luego hubo lo que debió ser el inicio de otro gran rugido seguido por una especie de flash y el sonido de una detonación.
Después vinieron las explosiones desde el interior de los edificios que flanqueaban la calle en que nos encontrábamos los cuales comenzaron a venirse abajo obligándonos a correr hacia atrás.
Los escombros ardientes cayeron lanzando llamaradas y llenando de ascuas el aire circundante. El dragón quedó sepultado bajo la reciente montaña humeante. No se escuchaba más que el crepitar del fuego y el susurro del polvo y las cenizas en el viento que, de súbito también, trajo hasta nuestros aturdidos oidos unas palabras apenas inteligibles:
-¡No se queden allí mirando! ¡Vengan!- Era una mujer seguida por un par de hombres. No pude detenerme a observar sus rasgos en ese momento. Por inercia seguí sus indicaciones al igual que Espadas que, dentro de su silencio contemplativo, parecía ya un tanto reconfortado.
Los seguimos corriendo por encima de los restos de uno de los edificios, entramos a una camioneta de las 3 que había esperando y, quemando las llantas contra el pavimento, dejamos aquella zona de desastre.
Salimos por fin de la ciudad, a más de 100 km/h. Pero ni la distancia que ya habíamos podido poner de por medio entre ésta y nosotros evitó que escucharamos de nuevo el grito fúrico de la bestia al salir de entre los escombros y emprender de nuevo el vuelo, ésta vez en una dirección desconocida...

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