viernes, 4 de marzo de 2011

Deliró

Deliró. Y con razón. Si lo que sus ojos dejaban pasar a su interior nadie antes lo había visto, ni nadie lo volvería a ver. Cuando menos no con el mismo significado que el que él le daba al portento.
La tierra se abrió como boca hambrienta. De su interior surgió una mujer. "¡Y qué mujer!" se sorprendió pensando y luego reprimiéndose por el lapsus. "Serán los nervios" dictaminó.
El alcohol en su sangre terminó empujándolo y haciéndolo caer sentado al piso.
-Necesito tu corbata- expresó la mujer con voz gruesa cuando ya tenía la dicha prenda en su mano. Desde luego el pobre borracho no pudo más que abrir los ojos tanto como la soñolencia se lo permitía. Luego retrocedió al agujero de que provino y que se rellenó al instante. Allí no había pasado nada, y el ilustre parroquiano sabía que no había cómo demostrar aquella ruptura del régimen de verosimilitud.
Caminó tristemente de regreso al pueblo. No reparó en el camino que seguía hasta que se descubrió de vuelta en la cantina frente al kiosko. "Mejor será olvidar, o pretender que olvido" le decía a su cerveza a través de sus ojos húmedos.
Eran aproximadamente las cuatro de la mañana cuando, intentando regresar a su casa, cayó como tronco en medio de la plaza principal.
Al día siguiente despertó con una cruda que parecía amenazar con matarlo. En cierto modo, la suerte estuvo de su lado ya que al volver plenamente al mundo consciente la sorpresa acabó eliminando de su mente hasta la palabra "cruda". Reconoció al instante encontrarse en una de las celdas de la policía municipal. Era el único en alguna de las jaulas.
Trató de recordar si había cometido alguna estupidez olímpica durante la noche anterior. En reversa fue reconstruyendo los hechos de que tenía memoria, hasta que se topó con la mujer que salía de la tierra. En ese momento sintió un escalofrío y se puso en pie. Frenético golpeó los barrotes hasta que un guardia apareció para callarlo.
-¿Qué carajos hago yo aquí? ¡Respóndeme, animal!
El policía lo miró de tal forma que el encerrado enmudeció al momento. Parecía decirle: "Ni siquiera deberías estar encerrado; deberían haberte fusilado!". Esto sólo logró inquietar más su aporreada cabeza.
Pasó todo ese día sin que viera otro humano, salvo la borrosa imagen que en su mente guardaba de la mujer salida de la tierra. Y si es que ésta era humana, claro.
Comenzaba  a atardecer cuando el mismo guardia fue a abrirle la celda, tras lo cual apretó de más las esposas en las muñecas del transgresor de la ley. Pareció disfrutar la mueca de dolor que éste hizo. A trompicones lo hizo llegar al kiosko de la plaza principal y lo sentó justo en el centro. Desde los jardines y al pie del kiosko casi todo el pueblo lo miraba con cierto desagrado y morbo. Alguien muy al fondo arrojó una piedra que estuvo a punto de abrirle la frente al acusado. Esto generó algunos vítores de apoyo, sin embargo las autoridades se vieron en la obligación de reprender al agresor que ahora pasaba a ser todo un mártir a ojos de la mayoría.
Pronto llegaron las autoridades superiores incluyendo al presidente municipal que se quedó detrás de la silla del acusado y vigilado por numerosos guardias. El presidente municipal carraspeó y sin más dijo:
-Por los incuantificables destrozos realizados tanto a propiedad del gobierno como de particulares, por las pérdidas económicas derivadas de la destrucción de ranchos y campos de cultivo y sobre todo por las vidas humanas arrebatadas salvajemente a más de cien personas sin distinción de género, edad o posición económica, el pueblo y gobierno declaramos que la sentencia que ha de caer sobre el acusado...- ladró el presidente municipal haciéndose oír con fuerza en toda la plaza sin necesidad de un megáfono.
-¿Qué? ¡Espere un momento! ¡Yo no hice nada!
-Silencio- contestó seco el presidente y prosiguió -...que la sentencia que ha de caer sobre el acusado sea la ejecución inmediata antes del anochecer. Esto debido a las condiciones extraordinarias y superlativas de las acciones de éste...- no pudo terminar; el enojo y el asco le cerraban la garganta.
La gente comenzó a abuchear y gritar injurias irrepetibles para con el "enjuiciado" que no podía salir de su horror y asombro.
Súbitamente, cuando le levantaban de la silla para conducirlo a la explanada donde le dispararían, una sacudida del suelo hizo tropezar a la mitad de la audiencia. Cayeron los guardias que lo custodiaban y él quedó de pie viendo sin ver cómo la tierra se hundía frente a él, como las arenas de un reloj. Del agujero inmenso que pronto se formó surgió la mujer de anoche, sólo que ahora lucía más joven e impactante.
Se acercó al condenado que permaneció petrificado y con los ojos cerrados como esperando un golpe. Cuando los abrió, la mujer acababa de colocarle su corbata al rededor del cuello y con gran perfección en la ejecución del nudo.
-Gracias. Ahora vámonos. - Lo tomó por la camisa y se lo llevó tierra adentro dejando la plancha de la plaza intacta y a todos los presentes huyendo entre gritos a sus casas.

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2 comentarios:

Blogger Hola ha dicho...

mmm me gustó mucho el inicio y logró captar mi atención pero siento que lo cortaste, como si lo hubieses terminado antes de tiempo

5 de marzo de 2011, 14:38  
Blogger Uriel Cormorán ha dicho...

Uno más de color folclorista y con el chamuco de invitado principal, te quedo pérfido, en hora buena...Yajajaja

12 de marzo de 2011, 18:01  

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