martes, 7 de enero de 2014

Primero debiste

Debiste...
Debiste haber caído sobre mí
como las notas de un piano que imitan a la lluvia
cayendo de una en una.
Debiste
haber invocado mi nombre con tus labios cerrados
con tu mano en el pecho
mientras las horas perecían lánguidas.
Debiste
dar el salto de fe que llevaba hasta mi cama
Debiste haberte deslizado como río entre mis rocas,
entre mis raíces ahogadas, entre las ramas de mis dedos.
Debiste haber mancillado el altar con mi sangre y la tuya,
corrompido el espíritu de todas las falsas alegrías
y matarlas de tristeza por no ser iguales a la tuya, a la mía.
Debiste abrir ese frasco vacío, meterte dentro y lanzarte al mar
buscando los brazos del oleaje con que te recibo nunca,
con que te espero siempre.
Y debiste saber que las manos que se sueltan sin esperar ser atrapadas siempre son las que más fuerte se aferran al encontrar quien las consuele.
Debiste y debiste...
Ahora no sabemos lo bonito que hubiera sido aquello

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